El camino de vuelta


 Era más invierno que nunca en Pamplona. Desde que empezó a clarear aquel día en Sevilla nos advertían los medios de comunicación que podría nevar en El sadar, que seguramente el terreno estaría impracticable y que había riesgo de suspensión. Para evitar tal circunstancia pusieron al “amigo” Cesar Muñiz Fernández y allí se jugaba aunque no se viera el balón.

Era una época pre eindhoven donde aún no habíamos ganada nada y por ello teníamos la mirada más limpia, la mente más libre pero el mismo sentimiento. Aquella noche quedé con mi hermano y mi tío para ver el partido en una peña en el barrio de mis abuelos. Tras el 1-1 de la ida todo estaba abierto, sabíamos que los partidos ante Osasuna podían explotar en cada jugada. Cada disputa era medio agresiòn, cada córner una guerra. 

 Los goles de Puñal y Antoñito llevaron el partido a la prórroga. Y el gol de Casquero en el 106’ nos volcó el corazón creyendo que aquel era el año en que tocaba pasar a semifinales y por qué no soñar con algo más. A 6 minutos del final nos cortaron de raíz esa ilusión. El equipo que había bregado sobre un patatal, que supo reponerse y no irse del partido a pesar de las circunstancias no iba a tener el premio de las semifinales. Fue el mayor palo que se llevó el sevillismo antes del colapso de plata que vendría años después. 


Fue tal la decepción que en el camino de vuelta ni mi hermano ni yo, que solíamos comentar el partido, dijimos nada. Silencio absoluto. La pena iba por dentro y cada uno la gestionaba a su manera. Cualquier frase de optimismo del tipo “algún año será” o “aún nos queda la Liga” sería interpretada como una falta de respeto. Lo mejor era tragárselo todo e ir macerando amaneceres por venir…y vaya si amaneció. 


Foto. EFE. Diario de sevilla

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