Gritar sin dar ni una voz.
Foto de Antonio Pizarro. Diario de Sevilla.
Seguramente si hubiera nacido en Liverpool habría copado las portadas de los grandes diarios, las horas de esos debates nocturnos bipolares, pero no, naciò al sur del sur donde las buenas noticias llegan en susurros.
Navas se va con la misma cara de niño con la que marcò aquel golazo en San Mamés o con la de aquel centro raso que, en Glasgow, puso en las redes el gigantòn de Mali y que decir de aquel pase que volteò nuestra vida. Cuando parecía que todo se acababa, siempre le quedaba un último sprint que le plantaba delante de De Gea y nos daba otra Copa del Rey.
El único rival que pudo con él fue la enfermedad. Las algas de la ansiedad le impidieron durante un tiempo regatear otras ligas. Volò a Inglaterra y al regresar dio varios pasos atrás, pero sòlo fue para coger impulso y volver a bombardear el área rival y ya de paso seguir musculándose levantando plata.
Se despide la leyenda pero deja el molde y las instrucciones de uso en el museo: más trabajo que palabras y humildad y fidelidad, con más valor por los tiempos convulsos que vivimos.
No habrá otro Navas, como no habrá otro Reyes u otro Puerta, saldrán otros 16 que ocuparán el hueco de su ausencia en esta olla de sangre hirviendo que es el sevillismo.