Supersticiones y manías


Hubo un tiempo en el que creía en las supersticiones hasta el punto de ser casi enfermizo. 

Como si el destino de mi equipo pasara por lo que hiciera yo y no por lo que pasara en el campo. Hoy soy capaz de enumerar muchas de esas pamplinas como ponerme la última camiseta blanca original que llegara al armario en días de partido y seleccionar de entre todas, la bufanda correspondiente: la de Europa, para Europa; la de Liga para Liga; la de la Copa para la Copa y hasta el Sevilla Atlético tenía la suya.

Pero después pasaba por besar el escudo antes de salir y que mi madre me dijera "suerte" yo no sé cuántas veces hasta perderla de vista bajando las escaleras. Era ponerme los mismos pantalones, los mismos calzoncillos azules y los mismos calcetines blancos con una raya azul. Lavados entre partido a partido, claro...

También era cruzar el mismo paso de cebra pegado al lado derecho y en línea recta -no diagonal- y dar una carrerita hasta la acera para girar noventa grados a la derecha. Era escuchar ladridos de perros antes de la Gran Plaza. Eran tantas cosas que no sé ni cómo me acuerdo.

Era estar un rato abajo con los Biris (hasta que nos dejaron) y subir a la Alta Norte 15 minutos antes de que empiece. Era despedirme de mi hermano y decirle "en la firma nos vemos". Era buscar la luna, cuando hubiera, o mirar a la izquierda de reojo cuando tirábamos un penalti. Era besar el colgante de plata. Con el carnet en el bolsillo izquierdo y en el derecho, con el volumen al máximo, aquel móvil sin cámara.

Todo no siempre fue igual, ni a la vez, porque hasta creí un tiempo que si escuchaba el partido por la radio me traería mala suerte y después fue lo contrario: no quería verlo por la tele. Pero es que después pensé que en la mezcla está el demonio y si lo escuchaba un rato, no lo veía y si lo veía rato, no lo escuchaba. 

La verdad es que leído con perspectiva me siento tonto, pero tampoco es que quisiera evitarlo porque también viví en casa cuando tocaba que cada uno estuviera en su sitio en el sofá, la radio bajita y la ropa recién planchada en días importantes. 

Pasó el tiempo y poco a poco fui perdiendo todas estas manías porque la vida cambiaba, yo cambiaba, y veía que el equipo ganaba igualmente, que por fin había despistado al universo. Hoy sé quiénes son los responsables de lo bueno -agradecido- y los responsables de lo que tenemos. 

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