El fútbol no es vuestro.
El fútbol no es vuestro.
El fútbol es de la calle. Del patio. Del albero y de la niebla. Al relente de los instantes de silencios que preceden a los goles. O a los «¡Uys!». ¿Qué importa si en Europa, en primera o en segunda? Mis chupetes no fueron de plata.
El fútbol huele a césped, a Réflex y a sudor. Y también huele a previa, a cubatas y a porros. A días sin dormir y heridas en una avalancha. Huele a otoño e invierno, pero sobre todo a primavera.
El fútbol es un grito, ronco, de cuando falla la voz y se canta con el corazón. Y es, además, un bombo que retumba ya tumbado en la cama de vuelta. Con los oídos taponados de tanto ruido y la adrenalina tirando de los párpados para que no puedas dormir.
El fútbol sabe al bocadillo que te daba tu madre justo antes de desearte suerte mientras tu padre siempre decía que ganábamos 2-1.Y el fútbol es juntar para el carnet. Aunque no se pueda: «Este año ya es el último, porque es mucho dinero». Pero no era el último.
El fútbol es llegar al campo con un tapón de botella de extraperlo, como un polizón en una bodega. El fútbol es que un chaval te pregunte si tienes carnet de sobra mientras el del puesto de Fondo grita: «¡Dos paquetes pipas, un euro!».
El fútbol es un ritual, no un espectáculo. Una religión para quien cree y para quien no cree. El fútbol es de todos, no de unos pocos. Y pobre del que quiera robarnos el fútbol.
